Cuando era una jovencita pensaba que la vida era justa, y que si algo en mi pequeño mundo lo hacía tambalearse llegaría una justicia divina que pondría las cosas en su lugar.
Con el tiempo aprendes que la justicia divina tarda en llegar tanto que los demonios que llevas dentro se rebelan contra el mundo, y a veces, contra tí misma.
Que hay gente que te rodea que se llaman así mismo amigos,y son aves de paso a los que tienes que darles valor en su justa medida.
Que los verdaderos amigos son los que están, los que permanecen y te aceptan con los defectos y las neuras que proporcionan los años, aún cuando no los llamas.
Que el tiempo es relativo excepto cuando pasa de los treinta y cinco, entonces te das cuenta de que tienes una prisa enorme por terminar lo que has empezado y por empezar a construir realidades que puedas terminar pronto.
Que la familia en raras ocasiones coincide con la que te viene dada, que con los años tú misma vas formando tu propia familia a base de gente que te hace la vida feliz.
Que por mucho tiempo que hayas vivido no se pierde la capacidad de la sorpresa, ni de las emociones, ni de soñar y ensoñar despierta...
y que el recuerdo es lo que fuímos, lo que somos y forma parte de lo que seremos, pues en el recuerdo perduramos en la memoria de los que ahora nos quieren, y seguirán viviendo mientras les dediquemos nuestro pensamiento a los que se han ído.

Anaís